somos tus amigos, Cristo del Salto, desde pequeños nos apoyamos en ti...

Reflexiones para descansar y orar

Nº 1 - Por Bernardo González Riga

¿Qué es esto?
Hoy iniciamos una serie de reflexiones sobre la montaña, Dios y nuestro descanso en el valle de Potrerillos.
¿Reflexiones?...me dirás, ¿ahora?, ¡pero si estamos descansando…!
Si, precisamente por eso, presentamos aquí algunas palabras que pueden aliviar nuestro descanso, recuperar fuerzas y enriquecer nuestra estadía en la montaña.
No vamos a hacer reflexiones eruditas ni grandes esfuerzos mentales. Ya demasiado trabajo tenemos en la ciudad.
Vamos a dejarnos llevar suavemente por algunas palabras, por el silencio de esa magnífica montaña que estamos mirando en el valle de Potrerillos. Escuchando el rumor del viento fresco bajo los álamos carolinos vamos a iniciar estos “cuadernos de oración” estas “reflexiones para descansar y orar”, meditando, leyendo y si te animas, también escribiendo, para lo cual te invitamos.
No importa si estás en Las Vegas, Valle del Sol o Las Carditas. Desde donde te encuentres en este valle de Potrerillos podrás vivir estas reflexiones…pero si estás cerca de El Salto, no dejes de subir al Cerro del Cristo. Allí comprenderás mejor estas palabras.



1.- Mirando desde la ventana



Desde la ventana de mi casa se ven las cumbres nevadas. Picos rocosos y escarpados de la Era Paleozoica. Es el Cordón del Plata tocando los 6.000 metros de altura. Más allá, se escuchan gritos de niños que juegan, el paso de caballos y ese bullicio de la gente que, como yo, busca algo de paz y descanso durante el verano.
Desde la ventana miro la montaña y me parece un cuadro, una película, un paisaje que se mueve. La montaña puede ser para mi sólo eso, un telón de fondo. Yo puedo venir a Potrerillos con la música a todo volumen y nunca podré comprender lo que encierra el lugar…porque la montaña puede ser lo que yo quiero que sea, sólo un lugar, un paisaje, un adorno, un lugar de uso y paso…o algo más. Si quiero, puede ser para mi algo más que una ventana por donde me asomo. Puede ser algo que vivo.




2.- Abriendo la ventana

Si cae la noche, los ruidos de la calle se irán apagando poco a poco. Y en este valle el rumor del viento cobrará protagonismo. La montaña se recortará sobre el cielo y parecerá cada vez más alta y fría. Y los árboles comenzarán a llevarme con su murmullo a un nuevo paisaje. Al mundo del silencio... ¿Y cómo apagar mi ruido interior? ¿Cómo acallar mis preocupaciones? Eso no es tarea fácil. Más, no es algo imposible. De a poco lo iremos logrando.
Por lo pronto nos conformaremos con tomar aire fresco, sentarnos sobre un tronco y dejarnos acariciar por la noche.





3.- Primeras claves

Todo en la vida tiene su lenguaje, su clave. La montaña también. Las palabras montaña, desierto, cumbre, viento, noche y oración tienen su significado más allá de lo obvio. Cada una de ellas significa algo para los hombres que buscan sentido a su vida. La clave es develar su significado a través de la vivencia de cada uno.
Cuando miro la montaña centro mi vista en la cumbre. ¿Será porque encierra algo especial para mi vida?. Quizás porque representa la búsqueda de algo, un logro, un encuentro. Un encuentro conmigo mismo y mis aspiraciones, y también por que no decirlo, con mis miedos. Además representa un encuentro con el absoluto, con el abismo de la muerte que amenaza la vida, con la grandiosidad de una naturaleza sublime.
Desde la noche, la mirada a las cumbres trae fuertes emociones. Quien haya escalado no olvida el momento de tocar la nieve de la cumbre después de una semana de agotamiento extremo.
Tal como vemos, tanto la montaña como la fe son experiencias que se viven. Así como no puedo vivir la montaña desde la ventana o leyendo un folleto, tampoco puedo creer en Dios sin una experiencia, sin un encuentro personal y único.





4.- El viento, nuestra primera experiencia

A lo largo de estas reflexiones, a medida que la noche avanza, vamos a ir descubriendo distintos elementos de la montaña.
Hoy nos centraremos en el viento.
Sobre los cerros y desfiladeros el viento es un rugido. Levanta la nieve y sacude los matorrales andinos. Al atardecer, sobre la noche, se transforma en una brisa, un rumor, una sensación suave y fresca que baja desde lo alto.
Cuando el profeta Elías esperaba que Dios apareciera, no se manifestó en grandes prodigios, sino en una brisa suave (1 Reyes 19, 12). Esa brisa que, como un soplo, “aleteaba sobre la superficie de las aguas” en el relato de la creación (Génesis 1,2).
La noche termina y el viento desaparece. La montaña comienza a ser un lugar de encuentro. Dios se manifiesta en ese cosmos que evoluciona y se agita a través del tiempo.
Cuando descubrimos esa brisa, Dios nos acaricia, nos dice algo al oído en el silencio más profundo.
Allí, comenzamos a palpar el misterio del absoluto que está allí, detrás de las apariencias y de la naturaleza, dentro de nosotros mismos.
El misterio es que Dios me espera, quiere encontrase conmigo en algún recodo de mi vida, en el dolor, en la dicha, en la entrega, en el viento de los cerros…